La expansión del español en Brasil y el peligro del «portuñol»
Jaime Ortega Carrascal
Vivimos una etapa de acercamiento del español y del portugués, dos
lenguas que, a pesar de su cuna común y de su convivencia milenaria, han
estado de espaldas la una a la otra durante algunos periodos, como
durante siglos lo estuvieron España y Portugal, como lo estuvieron
también Brasil y sus vecinos.
Factores políticos y económicos llevaron en algunas épocas a una
cierta ignorancia mutua de las dos culturas, pero ahora, en el llamado
mundo globalizado, esos mismos factores han propiciado ese acercamiento,
ese interés recíproco por las lenguas de Miguel de Cervantes y de Luis
de Camões.
Dentro de este escenario ocupa un lugar preponderante Brasil, la
potencia emergente, el mayor país lusófono del mundo, un gigante de casi
ciento noventa millones de habitantes, que con el dinamismo de su
economía atrae, en los albores del siglo XXI, la atención del resto del
planeta con el mismo magnetismo con el que hace quinientos años la
riqueza de su vasto territorio encandiló a los conquistadores
portugueses.
No ha sido ajena a este interés la lengua española, que se abre
camino en Brasil de la mano de instituciones oficiales y de empresas
privadas, al tiempo que el portugués, por las razones económicas y
culturales antes mencionadas, empieza a seducir también a los
hispanohablantes.
Sin embargo, en el camino del aprendizaje de estas dos lenguas hay
unos artificios que es necesario evitar: se trata de los «falsos amigos»
y, principalmente, del riesgo que supone el llamado portuñol.
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